domingo, 27 de julio de 2008

4. ¿NO ES CIERTO, MI AMOR ?

(A la Memoria de René Barrientos)


“Las hojas caen y nosotros
también hemos caído este otoño
entre las hojas negras de la historia...”
Kajetan Kovik (poeta esloveno).



ME LEVANTO y apenas son las tres. Adriela ya está en la cocina encandilando el fuego. En el pasillo hay tirados un calzón y unas medias. Son de Adriela que los deja así, a medio camino, para no olvidarse que hay que lavarlos. Los recogerá a la vuelta de la cocina cuando Rorro despierte.
Todo esto sucede casi a diario pero hoy es exageradamente temprano. Son las tres, hora en que los últimos meses me he estado acostando y no levantándome como hoy.
Desde el fusilamiento todo se ha vuelto imposible. En el pueblo ya no se habla de otra cosa que de mí.
En el grupito que somos el “Pelao” Milanca, el “Flaco”, el “Guañica” el Omar y yo, hay como una especie de miedo sano. Pero no creo que sea por ellos, cada uno en su fuero interno son íntegros, valientes a cagar. No tuvieron miedo antes en los interrogatorios que fueron bastante sutiles, con electricidad y eso al punto que al “Guañica” le quedó esa manía de andarse agarrando las bolas para convencerse que todavía las tiene.
Creo más bien que esa especie de inquietud paranoica que les da cuando ven asomando la patrulla en la bocacalle o cuando pasa el paco de turno por fuera de las ventanas de la población es por el compañero. O sea el uno sufre por el otro, que sale en la mañana y a las siete y media de la tarde aún no regresa cuando siempre lo ha hecho.
Lo que pasa es que así hemos sido siempre, y en esta cosa nos juntamos por pura amistad, aunque a ellos les de rabia. Cuando les preguntaron, en especial al Omar que es tan timorato, no quiero decir que sea cobarde, sólo lo que dije, timorato, le preguntaron en serio y hasta yo diría que con amabilidad:
–¡Cómo conociste al “Turnio”!
–En una fiesta.
–En una fiesta. ¡Sí, conchetumadre, sería en andar fabricando las bombas!
En serio. No le creyeron que me conoció en una fiesta. En la misma donde conocí a Adriela. Siempre nos estamos acordando de eso con los otros. Bueno es cierto que hace como tres meses que ya no nos reímos ni nos juntamos a recordar y no es por que nuestra amistad haya aflojado, pero la verdad es que las juntas donde el “Pelao” para tomarnos unos tragos o comernos una carbonada de esas que hace la Sussi, su compañera, ya no van con los tiempos. Está todo tan revuelto. Además con el toque de queda ése. Ha habido días en que un cuarto para las tres de la tarde pasa el jeep de los milicos perifoneando que todos los ciudadanos –así nos llaman ahora– deben retirarse a sus domicilios antes de las tres de la tarde y quien sea sorprendido en las calles después de esas horas será detenido. ¿Ustedes, se enteraron? Al “Juanito”, que anda siempre con sus cosas de loco y no es del planeta sino de su locura, bueno, el “Juanito” iba por la calle casi llegando a su casa cuando viene la patrulla. El “Juanito” es simpático. Le da por el mismo canto que se aprendió de tanto oirlo en las concentraciones y en la radio a pila que siempre lleva colgada del hombro. Entonces lo apuntan y le dicen manos arriba y el “Juanito” más despistado que una cabra dale con el “¡Venceremos, venceremos, socialista será el porvenir...” y nadie ahí para advertirle aunque hubiese sido inútil. Bueno, la cosa es que no levantó las manos ni se detuvo ante la orden ni menos dejó de cantar, ni siquiera cuando le entró la primera bala en el pulmón, justo ahí donde tiene esa joroba de tanto darse golpes con sus propias manos cuando la locura lo atormenta.
Realmente la cosa es seria. La Adriela misma no lo puede aceptar. Llora solita en un rincón de la cocina y lo más disimulado que puede para que el Rorro no la vea ni la escuche. Lo que pasa es que somos unos sentimentales los dos. Cuando nos agarraron los pacos, fueron bastante decentes. Nos tajearon el colchón grande, diciendo que no era que pensaran en que guardáramos armas allí sino “sólo por los superiores, que lo pueden cagar a uno si no obedece las órdenes, poh, maestro,” como me confidenció uno, el más joven de la patrulla. Yo le creí, y le dije eso a la Adriela que le dio como histeria cuando vio cómo le rompían el colchoncito de lana al Rorro, que ella había armado con tanto esmero de restos del colchón que nos regaló su mamá cuando nos casamos. Yo tiendo a creer que estas cosas son así. Creo que los subalternos son mandados y habría que preguntarle al jefe, ese gallo que, en general, está allí, en la sombra, mandando que se hagan esas cosas.
La Adriela, creo que no tuvo suerte de casarse conmigo. Miren, no más, lo del fusilamiento. El Rorro que va a cumplir cinco se queda con la vecina Nancy ese día que nos llevaron. La Adriela, que no se metía en nada, tuvo que ir conmigo al campo de prisioneros. Son unos salvajes. Ella les decía, mi hijo está solo con una vecina, pero ellos querían saber, al parecer, otras cosas. Cuando a los sesenta días después de las duchas de agua helada, la parrilla con corriente en los pezones e incluso las violaciones, recién la vinieron a escuchar. Cuando la soltaron no tenía un peso. Los compañeros de allá afuera, los que visitaban a sus familiares presos, le hicieron una vaca . Le juntaron para el pasaje y además le dieron una bolsita con sanwiches para el camino.
El Rorro se rajó llorando, no por haber recuperado a su madre, sino porque no la conoció. Debe haber sido por lo flaca. Además que el Rorro está como asustado. Nadie le arranca ahora esas sonrisas de oreja a oreja que tenía antes de que lo dejáramos ese día de la detención.
¿Cómo llegaron a la conclusión que era importante fusilarme? Creo que fue una tozudez de ellos. Me preguntaron, más que nada, dos cosas. Mejor dicho, tres, con éso de mi amistad con el “Guañica”. Una, que quiénes eran los cabecillas en el pueblo, del Plan Z. Cuando les pregunté, a su vez, que qué plan era ése, se molestaron más que la cresta. Me mandaron el guaracazo eléctrico al máximo, casi que llegué a ver a mi madre cuando me estaba pariendo y encima el coronel, ese tal Bustos, se me subió encima de la guata y empezó a saltar gritando el que no salta es comunista y dale que lo repita yo. Qué lo iba a repetir si estaba más muerto que ahora. La otra fue que dónde estaban las armas. La verdad es que era bien difícil responder con todo ese dolor, que mejor ni lo explico, porque no existen palabras. Así que le dije no sé. Fue peor parece.
Hay un cuento de Cortázar. Qué escritorazo el hombre. En “La Noche Boca Arriba”. Yo, se los digo en serio, sentí el olor a puerro del caldo, el olor pasoso del perejil y del apio, pero no en la lengua sino en el cerebro. Y vi las antorchas moviéndose entre las ramas, sólo que eran las ramas de ese árbol cargado de cerezas del patio de los Campos, donde vivía a los cinco años. Y las antorchas era fuego vivo en los huesos o más adentro, como en la médula, diría yo. Y el olor a guerra. Ese sí que era insoportable. Yo creo que exageran los que dicen me duele cuando les duele el hígado o los oídos o la muela. O a lo mejor uno es más cobarde en cuestión de dolores.
La otra pregunta, la del “Guañica”, aún trataba de contestarla cuando luego de las sesiones me iban a tirar en calidad de bulto al calabozo. Con toda sinceridad, yo conocí al “Guañica” en la escuela. Fue compañero mío en la Normal. ¿Qué de malo tenía eso? Menos mal que parece que al final me lo creyeron. Claro que tuvieron que preguntarme varias veces.
Entonces decidieron fusilarme. Pero no por eso, sino que por otras cosas, no digo que haya sido culpable de alguna, pero creo que eran como las reglas del juego de ellos. Además que cuando uno cree en algo, tiene que apechugar con las consecuencias, como decía el “Pelao” cuando nos entraba la flojera.
Adriela está en la cocina, tiene el fuego encandilado, aunque ha salido humo de la estufa. Yo la abrazo y le digo que no se olvide de abrir el tiraje, así no saldrá humo, pero no me siente parece, porque sigue llorando. Le pregunto que por qué se levanta tan temprano, pero ella se pone de pie desde la sillita de mimbre y recuerda que es hora de la papa de la noche de Rorro y no oye mis palabras sin voz. Yo no la culpo que ande perdida del tiempo. El Rorro tiene cinco años, casi seis, y no necesita esa mamadera. Pero ella se la prepara y lo convence con esa ternura suya que tiene. Hace tres meses de la desgracia ésta. Adriela ha ido a tocar a todas las puertas a rogar que le entreguen el cuerpo, pero yo creo que eso es lo de menos. Siempre cuando estábamos enamorados, yo le decía Adriela mi amor, yo te quiero con el alma, no lo olvides, el alma es lo más importante. Pero ella es corporal y a lo mejor es bueno que así sea. Necesita el cuerpo para resistir. Levantarse más temprano y acostarse más tarde que todos. Salir a comprar con el Rorro a cuestas y volver cargada con las bolsas del negocio de los Espejo, que queda como de aquí a la punta del cerro. Sin duda necesita el cuerpo firme que siempre ha tenido, aunque ahora hay que reconocer está como un palo de flaca. Pobre Adriela, pero qué se le va a hacer.
Esta fosa común es bastante amplia y, cosa curiosa, aunque fueron seis tiros sin contar el compasivo balazo en la sien que me dio el coronel Bustos, yo me siento como entero. ¡Será la mala raza, po viejito!, como decía el “Flaco” siempre que le pasaba algo sin explicación a uno. Adriela, créeme mi amor, algún día vas a estar bien y podrás comenzar de nuevo. Yo que estoy aquí con los demás compañeros –con René, ¿te acuerdas?, el bigotudo del violín, con Pepe, ese romántico empedernido y con unos veinte más por lo menos– aún tengo los ojos abiertos por esas cosas de que la muerte lo pilla a uno desprevenido y no se alcanza a cerrarlos. Si no fuera por ti, estaría triste en esta situación. Creo que ya es hora de que me resigne y no insista en meterme en la cama y tratar de abrazarte, o tratar inútilmente de levantar al Rorro en mis brazos, está tan pesado ese niño, que ya no me lo puedo, creo sinceramente que estás exagerando con la comida del Rorro, Adrielita. Creo además que debo resignarme. Sí, cerrar los ojos y dormir una porrada de años. Es tan bueno dormir cuando uno está tan molido del cuerpo. ¿No es cierto, mi amor?

No hay comentarios: