domingo, 27 de julio de 2008

8. PAJARRACO SILBA CORRIDOS Y MATA EL TIEMPO

¿QUÉ QUISO DECIR "Pajarraco" cuando le pregunté que qué haría si lograba egresar de la Escuela? Por varios años me anduvo dando vueltas en la cabeza que este tipo estaba un poco loco al decir de su respuesta.
Cómo fue la cosa. Yo me había retrasado aquella mañana en lavarme y vestirme y no me quedaba otra alternativa que usar la forma acostumbrada en muchas mañanas iguales por todos nosotros los internos, o sea, salir por la ventanita que daba al techo de Primeros Auxilios, entrar a través de otra ventana igualmente estrecha, si es que la encontrábamos abierta, hacia el pasillo que daba a la escalera que bajaba al primer piso y entrar, como si nada, a los comedores para el desayuno.
–Me la cobraré de la vida –parece que me dijo cuando le pregunté qué vas a hacer, y continuó afeitándose la pelusa que le afeaba aún más el hocico. Y cuando me deslizaba por la ventana le alcancé a oír algo así como que el diablo los pille confesados. La respuesta, entonces, me pareció sin relación a la pregunta, que se refería a qué iba a hacer para salir del dormitorio. Ahora la entiendo, pero las circunstancias se hacen diferentes en 32 años de dar vueltas en la cabeza.
“Pajarraco” era pobre. Más que nosotros; y sobre todo porque era pobre del alma. Huérfano de madre –con un padre alcohólico y al parecer dos medios hermanos más pequeños que él y a los cuales casi no veía–, su profesor de la primaria lo había apadrinado, le había comprado el terno negro del uniforme y unas cuantas camisas que habían salido de los remiendos de otras que su padrino usó por años.
Su particularidad era que andaba siempre resfriado, temblando de frío, con los mocos colgando y los pantalones más arriba del borde de los calcetines. Usaba zapatos cafés, cosa inusual en la escuela, de número grande, que le quedaban sueltos y parecía sujetarlos con los dedos que se esbozaban crispados bajo el cuero. Siempre andaba con hambre y, para menguarla, buscaba el pan añejo en los basureros, lo remojaba en la pileta del patio y se lo comía.
Le gustaba silbar corridos mejicanos, los que repetía interminables veces; y más aún cuando todo se iba quedando en silencio en los dormitorios, se podía oír en sordina el silbido que repetía "Ladrillo" y "Juan Charrasqueado", una y otra vez, hasta que el canto de las ranas del estero de la pampa Kramer lo apagaba, imponiéndose, o nosotros nos perdíamos en el sueño.
La primera vez que “Pajarraco” se salió de madre fue cuando mató a “Tales de Mileto”, el perro, asfixiándolo con una bolsa de papel encerado que le puso en la cabeza. Vimos perderse a Tales, a todo correr y dando tumbos y volteretas desesperadas en su carrera final hacia el bosque de detrás de la parcela, donde al día siguiente el “Cauque” Rivera lo encontró muerto.
Durante muchas noches no volvió a silbar corridos; ni tampoco se le vio repartiéndole las migas de pan a los gorriones en el patio.
El 24 de abril de 1965 murió el “Negro” González, nuestro compañero. No comprendí el nexo del “Negro” con “Pajarraco” hasta ayer. El “Negro” murió a la mala. Vivió alegre, despreocupado, cantando siempre por los pasillos, hasta el día de su desaparición de la escuela. Diez días después tuvimos que atravesar la bahía en la lancha "Duby" para enterrarlo en su tierra natal de Corral, convertida sorpresivamente en su tierra mortal. No hubo explicaciones de la partida del “Negro”. Sólo yo sé que quien lo llevó a la orilla del acantilado y, sin empujarlo con sus manos, sí con el silbido ininterrumpido de "Mi Linda Cachita", lo estrelló contra las rocas. Y lo sé no porque alguien me lo haya dicho ni porque “Pajarraco” me lo haya comentado alguna vez, sino porque, desde ese día, éste volvió a su costumbre de silbar. Y sólo silbaba dos melodías: "El preso Número Nueve" y "Mi Linda Cachita". Y esta última era la canción preferida del “Negro”.
Egresé sin pena ni gloria en 1967. “Pajarraco” se quedó 6 años más y logró egresar en 1973. Cuentan sus compañeros que se volvió estudioso. A las tres de la mañana, ya no se escuchaba su silbido en el dormitorio, sino que sus trancos en el pasillo y su silabeo cuando trataba de aprenderse de memoria un libro entero de historia. Pregúntenme, decía. Cualquier cosa. De cualquier página. Y repetía con pelos y señales todo. Tan lúcido se volvió que el “Discurso del método” se lo aprendió en tres tardes, sin leerlo más que una sola vez. Podía, según el “Vaca” Martínez, su compañero de banco, leer simultáneamente tres libros, aparte de los cuadernos de materia, y era capaz de repetir todo sin equivocarse.
Por qué llegué a la conclusión de que él empujó al “Negro” González. El “Negro” González era memorión y se ufanaba sutilmente de ello, diciéndonos casi al oído que le tomáramos la lección. Entonces alguno aceptaba el desafío y se la tomaba. El “Negro” a veces se equivocaba en alguna palabra y entonces decía espérenme, se daba una vuelta por el baño, orinaba con fuerza, expulsaba unos gases y salía dando saltitos de mono de allí, y siempre encontraba a “Pajarraco” en un rincón silbando un mejicano y mirándolo de soslayo. El “Negro” le hacía una finta y con agilidad le encajaba un puñete controlado en el abdomen. “Pajarraco” enrojecía y mascullaba: ¡Algún día te ganaré en la definitiva...!; y seguía silbando, mientras el “Negro” volvía al grupo y repetía la lección, esta vez sin equivocarse.
“Pajarraco” egresó y en la ceremonia de premiación, donde le dieron un diploma y el libro “Los Miserables” (no recuerdo de qué autor) por su primer lugar dijo, entre sus palabras más destacadas, que agradecía el espacio que le había dejado “El Negro” a su memoria. O sea no exactamente así, sino como se puede leer en la revista “El Jote”, el boletín periodístico, medio artesanal y todo pero adoptado como oficial por el Centro de Alumnos de la Escuela, el cual dice textualmente: ““Pajarraco”, nuestro común amigo, salió al podium con un orgullo contenido, semi–encorvado y silbando bajito. Al hablar, molestaba un poco su forma de arrastrar las sílabas, dichas como si hubiera estado cansado físicamente. Inició sus palabras agradeciendo a todos sus compañeros que ayudaron a que él llegara al final, y le hicieron recuperar la fe en sus medios. Pero, en especial, agradecía ‘el hueco que en el mundo de los memoriosos le había dejado el “Negro” González, objetivo de su empeño, luz de su obsesión intelectual, oportunidad de probar lo ilimitado por primera vez con éxito’ ”. Luego siguen otras frases acerca de los recovecos de la memoria y cómo fue llegando a la conclusión de que podía memorizarlo todo para, en seguida, repetir textualmente el discurso del Director, al menos en sus párrafos más importantes. Si tienen la curiosidad de leer y cotejar lo que el director dijo en aquel acto 15 minutos antes de la intervención de “Pajarraco”, con lo expresado por éste, podrán comprobar que no miento. Palabra por palabra, es exactamente lo dicho por el Director.
Enseguida recitó los versos de Blanco Belmonte, “El Sembrador”, que, curiosamente, el día anterior en la ceremonia de despedida que los quintos años hacían a los egresados, había sido recitado por el Guatón Pérez Pothoff.
El “Vaca” me contaba que lo único que no había cambiado en el “Pajarraco” de los primeros años de la escuela, eran los zapatos café, los cuales había tenido que teñir con tinta china negra para la ceremonia, obligado por el profesor jefe, zapatos en los que resaltaba la rotura en las puntas, zurcida con seda de pescar. Todo lo demás en él era fuerza, seguridad al caminar, firmeza de la voz, y cierta violencia apenas disimulada en sus ojos oscuros.
Años después, a raíz de un viaje a Santiago en tren, me encontré con “El Vaca” y de ese encuentro son los datos que he dado a conocer, que éste me contó en detalle. Me dijo entre otras cosas que “Pajarraco” había decidido no volver a tomar un libro en su vida, afirmando que todo lo que tenía que saber ya lo sabía, y todo lo que no sabía estaba bajo tierra, en la memoria que los gusanos conservaban de su iniciación “en el camino de la esencia de todo” (Sic) (¿?).
Explicaciones puedo tener muchas acerca del significado de estas palabras, que perfectamente pueden ser inventos de “El Vaca” o bien una interpretación mía.
En 1978, julio 13, lunes, hoy día, ocho con veinticinco de la mañana, entro a mi oficina y veo que alguien ha encerrado con un círculo rojo un artículo del diario local que dice que en una pendencia de borrachos, Luis Asencio Uribe, alias “El Pajarraco”, dio muerte a tres campesinos de Huidilafquen, en las proximidades de la desembocadura de Río Azul, en Coyhaique, infiriéndoles una estocada en el corazón a cada uno y luego arrojándolos al mar en los acantilados de la playa grande. Cuando lo capturaron, el “Pajarraco” estaba sentado en una piedra, en las inmediaciones de la escena del hecho. Le dijo a la policía algo así como que ya estaba cobrada la deuda con la vida, que “siempre los pájaros serían más longevos que los gusanos, y éstos no lograrían jamás sobrevivir a su natural depredador, que siempre terminaría comiéndoselos”. Mientras caminaba hacia el retén, escoltado por dos carabineros, silbaba “Mi Linda Cachita”.
El diario afirma que, según el médico, el sujeto está loco. Yo, ahora, estoy convencido que no.

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